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20 junio 2013

Crítica de “El Hombre de Acero”. Postureo épico


Cada vez más parece que, de la mano de Christopher Nolan, la incursión contemporánea del universo D.C. en el cine va a seguir una línea marcada por la gravedad y la trascendencia. Independientemente del género en que se muevan las películas y de la vocación lúdica que prácticamente por obligación deben tener las historias de superhéroes, es de agradecer (e incluso necesario visto el tono más ligero de Marvel) que la aproximación a personajes de matriz eminentemente trágica como Batman y Superman sean tratados con la misma seriedad con que se trataría a otros de naturaleza más terrenal, aunque al final sea justamente la obligación de llegar a un público lo más amplio posible a través de la acción hiperbólica (al parecer no existen otras vías de encuentro) acabe haciendo mella en la película en el calado emocional de la película.

La historia que se dibuja tras las páginas del guión de David S.Goyer –un guionista con más capacidad de síntesis que de desarrollo–, es la gran historia detrás del Año Uno de Superman: la elección de convertirse en dominador o en siervo de la humanidad, pues no hay que olvidar que el héroe de la capa roja en el fondo es el término medio entre el ser superior kryptoniano (Kal-El) y el humano de raíces humildes (Clark Kent).

Los pasajes más interesantes de El Hombre de Acero son también los más fugaces, como la novedosa reimaginación del universo kryptoniano en un primer acto de ciencia-ficción de alta factura como la etapa de Clark Kent (Henry Cavill) convertido en una sombra de ser humano inmersa en un viaje errático de búsqueda de sus raíces. Dos espejismos de un Superman en estado gestacional reforzado con la figura de sus dos padres (Russell Crowe y Kevin Costner son sin duda lo mejor de la película) y con dos puestas en escena completamente diferentes (una tragedia con tintes shakespearianos en Krypton, un hiperrealismo casi documental en la Tierra) en manos de un Zack Snyder portentoso que escenifican las contradicciones que afronta Kal-El/Clark Kent antes de escoger cómo darse a conocer al mundo.

Sin embargo la película deviene en la contradicción que dilapida sus cimientos en cuanto empieza la invasión del General Zod (encarnado por el siempre magnífico Michael Shannon) a la Tierra porque la película se dedica a cubrir -con creces- la formalidad del entretenimiento raso que, por pura cuestión de densidad, no deja respirar el film y lo ahoga en un mar de pirotecnia tan espectacular como reiterativa. Todo se precipita hasta el punto que el protagonista deja de ser proactivo en su viaje iniciático para convertirse en el elemento reactivo que va a remolque de las acciones y de las motivaciones de su rival (esa tendencia nolaniana de darle la batuta al villano), circunstancia que ensombrece hasta la irrelevancia el catártico momento de la revelación de Superman al mundo en el que el ciudadano de a pie alza la vista y ve un hombre surcando el cielo.

La elección vital del personaje termina siendo una decisión improvisada. El individuo que va a convertirse en el héroe definitivo pasa a ser simplemente el alienígena del traje estrafalario y, al igual que The Dark Knight Rises, el pueblo (ese espejo en el que el héroe ve reflejada su dimensión) El Hombre de Acero es reemplazado de nuevo, esta vez por un equipo de militares, el redactor del Daily Planet (Lawrence Fishburne) y una Lois Lane (Amy Adams) que nunca termina de encajar en el film. Al final, con todo esto y a pesar de todo el polvo levantado, lo único que realmente se vislumbra de Superman en El Hombre de Acero no es más que un destello en la lejanía.

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